Música y activismo político: la responsabilidad del creador

11/11/2016

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«Never mind what’s been selling, it’s what you’re buying». (FUGAZI, Blueprint).

Siempre que sucede algo, se abre en nuestra voluntad un período de reflexión que, en el mejor de los casos, solo sirve para leer artículos interesantes, ver un par de documentales que lamentamos no haber visto antes y apuntar en alguna hoja suelta el título de un libro que en ese momento consideramos necesario leer pero que, para el lunes siguiente, ni tan siquiera recordaremos dónde hemos puesto el papel donde lo anotamos. La capacidad del ser humano para superar situaciones traumáticas (resiliencia, según la SGAE) y de olvidar al cabo de las horas lo que ha ocurrido en el mundo exterior para volver a habitar en la burbuja amable del Yo, es insuperable.

Pero, ¿qué pasaría si ese sentimiento de frustración, de angustia, esa necesidad de cambio, permaneciera en nosotros algo más de lo que dura la vigencia de un par de posts en nuestras redes sociales donde, por supuesto, mostramos nuestro más profundo desprecio al Sistema General de las Cosas? ¿Qué pasaría si -cada uno desde su posición-, empezáramos a organizarnos poco a poco, dentro de nuestras capacidades, y entendiéramos de una vez por todas la importancia de crear comunidad, de trabajar en red, de llevar a cabo acciones que promuevan la horizontalidad, la solidaridad, la justicia y la igualdad entre todas las personas que formamos parte del mismo contexto?

Durante este último mes -leo muy lento, para mi desgracia-, he estado inmerso en la autobiografía de Bruce Springsteen, Born To Run (Simon & Schuster, 2016), un libro que, para mi sorpresa, está tremendamente bien escrito. Entre otras miles de anécdotas propias de un tipo que no deja de representar el sueño americano de nacer en una familia pobre, creer en su capacidad para revertir la situación y terminar ganador (MUY ganador, en su caso), Springsteen habla en diferentes momentos del libro de su compromiso como artista. No es un concepto menor ni volátil: Bruce Springsteen, pese a la cantidad de millones de discos que ha vendido y su posición ciertamente acomodada, sigue buscando la historia que represente al pueblo y sigue llevando a cabo propuestas que otros artistas ni tan siquiera llegan a plantearse, como organizar encuentros de sindicalistas o veteranos de guerra en alguna sala dentro de los mastodónticos lugares donde actúa, el mismo día del concierto. A veces acierta, a veces no, pero asegura que su motivación para escribir no es otra que la de dar voz a los que no pueden hacerse oír. Y canta igual a los pobres, a los enfermos de SIDA, a los bomberos muertos en el 11-S, a un pueblo que despuntó por la industria y que ahora vive en horas bajas, o a Amadou Diallo, un afroamericano al que dos policías le metieron 41 disparos en el cuerpo en un control rutinario, por estar en el lugar equivocado y hacer el gesto equivocado. ¿Con qué artista de éxito español podríamos comparar a Bruce Springsteen? Exacto: con ninguno.

Como artista español, no me siento representado por el discurso de ningún artista mayoritario de mi país, salvo por la forma de actuar y algunas canciones de Vetusta Morla, la nueva dirección de Nacho Vegas, la rocosidad y el convencimiento de Los Chicos del Maíz, la aportación de realidad de León Benavente y la locura inteligente y epatante de El Niño de Elche. No es casualidad: aquí la música es únicamente entretenimiento, incluso cuando se pone el disfraz de underground, menos en territorios «conflictivos» como Euskadi y Cataluña, donde sobran los grupos que venden miles de copias mientras cuestionan el statu quo de su propia realidad política y social (Berri Txarrak, Negu Gorriak, Kortatu, Fermín Muguruza, Enric Montefusco, etc.). ¿Por qué somos tan pocos los que decidimos poner nuestro discurso y nuestras acciones al servicio de una realidad que, ciertamente, no es atractiva?

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«Art may imitate life, but life imitates TV». (Ani Difranco, Superhero).

Vaya por delante mi defensa sin concesiones a la libertad de cada cual para hablar de lo que le plazca en su obra. Sin embargo, las comunidades necesitan referentes. Cuando una sociedad como la española se descubre tan abandonada de líderes que les acompañen -nótese que no digo «que les guíen»- en los momentos más delicados, el ecosistema cultural acaba empobreciéndose y eso favorece de manera alarmante el avance del aparato neoliberalista: si ni tan siquiera desde el sector musical se cuestiona nada de lo que sucede, si ni tan siquiera el público que escucha nuestros discos o nos viene a ver a los conciertos recibe un mensaje diferente al que pueden encontrar en cualquier trabajo de Juan Magán, Melendi, en el de los intérpretes de Operación Triunfo o en el de los aspirantes a La Voz, ¿cómo podemos esperar una reacción por su parte? Alguno podría decir: «Ya, pero es que la música puede servir también para evadirse, para dibujar otras realidades, para no pensar». Y yo diría: Ok, pero ¿qué tiene de positivo no pensar? ¿Cómo ayuda a nuestra inmediatez optar por no pensar en nada? ¿Cuánto hemos avanzado sin pensar nada? Por ejemplo, ¿qué aportación social y cultural encierra esta canción?

Leía con perplejidad y cierto enfado una entrevista a Sidonie en eldiario.es el pasado septiembre, donde dejaban muy clara su posición a la hora de hablar de política (pincha en el texto para hacerlo más grande):

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¿Qué les lleva a Sidonie a preferir «no responder a este tipo de cuestiones»? Yo tengo mi opinión al respecto, y es muy probable que coincida con la de alguno de vosotros.

Quizás sea hora de responder a ese tipo de cuestiones. Quizás sea hora de empezar a demostrar que el arte, que la música, puedr estar en la vanguardia de las movilizaciones, en la vanguardia de la crítica y en la vanguardia a la hora de cuestionar cada detalle del Sistema. ¿Por qué no? ¿Qué podemos temer, que se enfaden unos cuántos clientes? Me siguen saliendo las cuentas: cambio a esos clientes por la posibilidad de contaminar a uno solo de mis oyentes para que se levante y empiece a hacer cosas por su comunidad, por su entorno: a desarrollar trabajos de voluntariado, a organizar un banco de alimentos, a escribir un fanzine que hable de cosas inspiradoras que desconozco, a organizar conciertos de bandas con un discurso diferente a esos grupos que se autoproclaman «independientes» y que no conocen el profundo significado de la palabra independencia.

Miremos a ambos lados y aprendamos del ejemplo de un montón de artistas de otros países cuyo discurso tiñe de realidad, optimismo y posibilidad la vida de los que se acercan a su música. Porque la música es un instrumento y, citando otra vez a Ani Difranco, «cualquier instrumento bien agarrado puede ser un arma». Quizás de esta forma dejemos de crisparnos cada vez que el discurso conservador, violento y egoísta nos gana otro pedazo de terreno. Sea donde sea.

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